

El Cofre de Esther
"Una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar."
Farewell, Pablo Neruda.
Se conocieron en una tarde lluviosa y melancólica de noviembre cercana al inicio de la temporada primaveral; ella, apenas salía de la adolescencia, él, regresaba a casa luego del inicio de un camino de maduración que lo había transformado por completo. Ella, de mirada inocente y feliz, la piel firme, los propósitos inciertos, la mente abierta ávida de amor; él, los ojos oscuros intrigantes, la piel tostada por el sol, la figura recia, las metas definidas.
Cuando Esther y Manuel se vieron por primera vez no tuvieron dudas, sintieron de inmediato el fuego del amor y comprendieron que sus vidas estarían ligadas para siempre, sin imaginar que los tristes sucesos de un país inmerso en la violencia harían que la soñada felicidad se convirtiera en una quimera imposible de alcanzar.
Corrían los años cuarenta agitados por los continuos enfrentamientos entre partidarios de los seguidores de los dos partidos políticos tradicionales que dejaban una huella indeleble de asesinatos, masacres y desplazamientos, denominador común de nuestra historia desde la creación de la República.
Pese a tales circunstancias la ventura de encontrar el amor de manera inesperada fue tan notoria para ambos que ningún suceso exterior habría podido empañar la calidez de este momento, parecían transportados a un universo propio donde la atracción parecía inexorable; los ojos de Manuel brillaban por la fascinación, la piel del rostro de Esther mostraba el rubor de la emoción. Bastaron unas breves palabras para entender que debían encontrarse nuevamente y así lo acordaron, una historia de amor comenzaba en ese instante.
Los padres de Manuel eran campesinos que vivían del producto de su trabajo en una finca de su propiedad situada en Anolaima, a setenta y cinco kilómetros de la capital; también sus tres hermanas nacieron en la ciudad pues era imposible en esa época obtener buenos cuidados para el parto en el campo. Allí pasaron una niñez apacible rodeados de naturaleza y aprendiendo las labores de la tierra. Estudiaron durante cuatro años en la escuela departamental del corregimiento hasta cuando sus padres decidieron que los niños debían tener mejor educación y mejores condiciones de vida. De esta manera viajaron con su madre a instalarse en la ciudad mientras Lisandro, su padre, permaneció en la finca trabajando para mantener a la familia.
La finca era una gran productora de frutas y café cuyos ingresos les permitían vivir cómodamente en la capital. Las niñas ingresaron a un internado y Manuel a un colegio estatal cercano a su casa. En el internado las hermanas aprendieron las labores del hogar y adquirieron una estricta formación religiosa; en el colegio, en contraste, Manuel se convirtió en un joven pendenciero y rebelde, le gustaba poco el estudio aunque era un estudiante sobresaliente, pero su madre recibía quejas de su comportamiento constantemente.
Al llegar a la adolescencia ya tenía decidido separarse de su familia en la primera oportunidad, no deseaba regresar a las incomodidades del campo, ni encargarse de las responsabilidades de la finca. Por lo demás, aunque amaba profundamente a sus hermanas y a su madre, prefería estar lejos de ellas y de sus costumbres tradicionales que chocaban todo el tiempo con su carácter independiente.

