

La Víctima Siguiente
La novela es un relato fantástico que se desarrolla en un futuro próximo indeterminado en una ciudad de Sudamérica (Bogotá, probablemente).
UNO
Los días de octubre en la ciudad discurren plácidamente, la temperatura fluctúa entre los vientos helados que llegan en las tardes provenientes de la Antártida y la tibieza del inicio de la estación calurosa, no se equiparan con las marcadas estaciones del hemisferio norte, aquí no existe el otoño pero el clima ha regresado como antes. Las estaciones son impredecibles y nunca homogéneas, las lluvias se intercalan con las temporadas secas, en un mismo día se suceden sin transición las heladas de la madrugada, el sol meridional y los aguaceros cortos en la tarde, las noches son tan frías que obligan a los confederados a dormir abrigados y bien resguardados.
El calentamiento global dejó de ser una preocupación de la humanidad después de la pandemia de fin del siglo pasado, el brutal enfrentamiento con la naturaleza que llevó a la pérdida de millones de vidas enseñó a todos la imperiosa necesidad de un cambio inmediato. El confinamiento prolongado trajo consigo un milagro que ya la humanidad había olvidado: el renacer de los ríos, el regreso de los animales silvestres, el silencio, el aire fresco y límpido; entonces comprendimos, fue como un renacer, la nueva confederación se encargó de imponer el orden de las cosas, las temperaturas volvieron a su cauce, incluso un grado menos que antes, las montañas se cubrieron del frío blanquecino de la nieve alimentando ilimitadamente los cauces de aguas en el mundo, la naturaleza recobró su equilibrio, la humanidad también.
La colaboración altruista de los científicos en el planeta logró de manera rápida y eficiente la cura contra el virus que amenazaba con la extinción, la tecnología y el conocimiento compartido permitieron un avance insospechado de la medicina, casi de un golpe fue posible mediante la combinación de fórmulas y experimentos encontrar la cura para otras enfermedades graves. Lo peor había pasado, la historia se abría ahora a un nuevo período de prosperidad sin el miedo a la enfermedad. Sabíamos que como seres humanos un día desapareceríamos, pero no teníamos miedo, la muerte no parecía ya un paso doloroso a un futuro incierto en el más allá, sino más bien el final apacible de la existencia.
El nuevo siglo despertó bajo el signo de la fortaleza, la resiliencia se convirtió en el nuevo fenotipo de los humanos, orgullosos de haber vencido la enfermedad nos reconocíamos a sí mismos como portadores de una característica única: la aparente inmunidad ante los virus y las enfermedades comunes de contagio, la humanidad avanzaba segura y confiada hacia el futuro.
Las guerras habían terminado casi por completo, quedaban aún pequeños conflictos por resolver pero nunca con la virulencia de antaño, las armas estaban prohibidas, la confederación y los servidores de la ley eran los únicos autorizados para portarlas, una conflagración a gran escala era impensable, la confederación trabajaba por el progreso y el bienestar de la humanidad.
El país se encontraba en plena ebullición alcanzando niveles de desarrollo insospechados treinta años antes, tal era la condición de los ciudadanos en general. La pobreza se había reducido a niveles mínimos, las grandes inversiones de la confederación y de los capitales extranjeros traían dinero a raudales, la prosperidad era un bien común.
El terrorismo era una enfermedad en vía de extinción, invalidado, deslegitimado y derrotado. La delincuencia organizada, no obstante, continuaba siendo el poder oculto: las drogas, la prostitución, las apuestas, el juego, continuaban siendo el combustible del delito, como si se tratara de una maldición no había sido posible exterminarla; incapaz de hacerlo por el momento la confederación enfocaba sus esfuerzos en el desarrollo, tal vez pensaban que llevando salud y educación para todos podrían eliminar las causas del mal. Pero estaban equivocados.
El virus de la violencia no había desaparecido, era tan resistente como los seres humanos, como una condición inevitable de la existencia. El mal no había desaparecido totalmente, la violencia persistía tan resistente como el virus y más aún, tenía nuevas variantes. Y un nuevo peligro amenazaba la ciudad.
Los inusuales crímenes comenzaron a principios del año, esta vez no se trataba ya de asesinatos premeditados, por dinero, las muertes pasionales, las ocasionales vendettas entre mafiosos, o de los accidentes, comunes todavía en estos tiempos. Las investigaciones de las autoridades percibieron un extraño comportamiento en las características de estos asesinatos. Y un terror indecible comenzó a esparcirse por la ciudad, parecía haber regresado la época de los confinamientos, sentíamos miedo, evitábamos salir de noche y cuando lo hacíamos siempre salíamos acompañados en pequeños grupos, nadie entendía lo que estaba sucediendo.
Nunca es fácil luchar contra lo desconocido, la gente siente temor, inerme, olvidando el recurso de la racionalidad, asustados como un rebaño de ovejas ante el lobo. Pero ¿se trataba de un lobo? ¿eran los ataques de un animal? ¿alguien había visto al menos sus orejas?
En el fondo parecían temores infundados, uno o dos ataques mortales no pueden poner en jaque a toda una sociedad organizada, y para esto estaban las fuerzas de inteligencia y de seguridad de la confederación. Por momentos la calma retornaba a las mentes intranquilas, volvíamos a sentirnos protegidos, nada por extraño que fuera podría ya sorprendernos, éramos inmunes. Pero no contra el terror.
- Hola, Magui, yo otra vez, le dijo poniendo sobre el escritorio un grueso expediente. Pese a ser el jefe su cara reflejaba la inseguridad de quien se sabe inferior, por lo demás, imaginaba de antemano la respuesta de Magola. No estaba equivocado.
- ¿Qué se le ocurrió esta vez don Angelito? le respondió con un gesto de desdén. No lo soportaba, hacía solo unos meses que fungía como el gran jefe pero había demostrado su incompetencia hasta la saciedad, se sostenía en el cargo gracias a recomendaciones de alto nivel, por ser “el hijo de…”, cosas que ya no eran aceptables de ningún modo.
-Este caso es perfecto para ti, le respondió con su acento remilgado. - Nos va a llevar muy alto, esperan mucho de nosotros, añadió.
-Usted me conoce, señor, no necesito de más popularidad.
-Pero, detective, usted es la mejor ¿a quién más podría entregárselo?
Ya lo conocía, desplegaba toda su amabilidad, su finura, cual serpiente que se desenrolla antes de atacar, era repugnante.
- Déjeme eso ahí, señor, tan pronto disponga de tiempo lo revisaré.
- Gracias, Magui, sabía que podía contar contigo, respondió dubitativo entre el tú y el usted.
En realidad le temía, era considerada la heroína nacional, la protectora de la sociedad, el summum de la inteligencia policial. Era un privilegio trabajar con ella, también él había adquirido un estatus inmerecido por los resultados de su trabajo, debía soportarla hasta el final.
-¡Magui, Magui! exclamó ofendida, solo mi madre me llamaba así. ¿qué se ha creído ese infeliz?
- Ya tú lo conoces, no vale la pena incomodarse por eso.
-Sí Andreíta, pero… -Pero nada, vamos, al trabajo. Leamos ese expediente.
Era un caso extraño, en efecto, para comenzar se trataba de un mamotreto largo y confuso, lo habían titulado “Caso monstruo sin resolver”, definición estúpida que no daba ninguna información, tendrían que rehacerlo por completo. Se trataba de un caso sin testigos, sin pruebas, entramado con hechos inconexos, con meras suposiciones, como quien lanza hipótesis.
-No quiero adelantarme pero no veo nada aquí, refunfuñó Magola.
- Será mejor que lo leamos con calma. ¿Te parece bien en mi casa? Nos tomamos unos vinos y seguramente Rosalba nos puede ayudar, la animó Andrea.
-Listo, mijita, nos vamos juntas a la salida.
La admiración de Andrea por su jefa era auténtica y muy sincera, se habían convertido en amigas tras más de dos años de trabajar codo a codo, era su aprendiz ciertamente, pero su acertada intuición y el arrojo ante las situaciones de peligro la habían convertido en su favorita, juntas conformaban un equipo formidable. Seguramente en algún momento se convertiría en su mejor sucesora.
Andrea provenía como muchos de una pequeña ciudad de clima templado, en esto compartía algunos rasgos con su jefa: espontánea, alegre, de buen físico y también decidida y de recio carácter. Había ingresado a la Fuerza motivada por la aventura y por esa pasión creciente por la justicia; era mucho más joven que Magola -podría ser su hija- pero esa diferencia apenas perceptible las acercaba inconscientemente.
La jefa no tenía hijos, y Andrea fue abandonada por su madre. Luego de tres años de recorrer las calles en el servicio activo, en los que demostró inteligencia y valor, fue asignada al servicio diplomático de seguridad por dos años, durante los cuales pudo estudiar una especialización forense. De esta manera fue enviada a la capital a su regreso y entró a hacer parte de los equipos de investigación más avanzados de la policía. Allí conoció a su jefa, ya sabía de ella, por supuesto - todo el mundo la conoce- y por esto se sintió excepcionalmente privilegiada cuando la escogió como su compañera de equipo. Desde ese momento se convirtió en su sombra, en la actividad pública y en lo privado también, se entendían a la perfección y compartían momentos de soledad o de alegrías. Los logros policiales de Magola también elevaron su perfil de gran investigadora y excelente policial.
Dieciocho meses después de su ingreso como investigadora, conoció a Rosalba, médica neurocirujana, a quien debió consultar para un caso especial. El flechazo fue instantáneo, dos meses después se mudaron juntas y así viven felices en la actualidad; para Magola no fue sorpresa, ya conocía su preferencia sexual, aprobó la unión y las convirtió en su nueva familia, algún día también ella tendría un amor real para su vida.
La rutina diaria era sencilla, en términos generales tenían autonomía sobre el manejo del tiempo: revisar los casos pendientes, elaborar informes, hacer investigación de datos, o ir al sitio para las operaciones directas. No estaban obligadas a asistir a una oficina, solo en casos indispensables eran citadas para alguna reunión presencial con su equipo de trabajo. Las operaciones eran las únicas expuestas al peligro, nunca se sabía qué esperar en una pesquisa, o en una detención judicial, o en un allanamiento, la violencia podía explotar en cualquier momento. Pero era por esto precisamente que preferían tal actividad en lugar de la rutina estacionaria, simplemente amaban el peligro, eran adictas a la acción y siempre habían salido airosas sin mayores complicaciones. Magola era experta en artes marciales, nunca mostraba temor, se enfrentaba a cualquiera con gran actitud y autoridad, y Andrea tenía el privilegio de su juventud, era fuerte y muy veloz.
Sí, Magola era considerada la heroína nacional, no porque una autoridad le hubiese conferido tal título, era la opinión pública que la había coronado como tal. La prensa, la televisión, seguían sus pasos de cerca, existía un club de fans en su honor, se habían hechos programas y seriados inspirados en ella y en su trabajo; eran muchos años de experiencia, impecables, todos reconocían sus méritos, y la habían vuelto rica. Era una figura mediática, después de todo era el tiempo de las mujeres, dominaban el gobierno, las instituciones, la empresa privada y los grandes conglomerados, el nuevo siglo había iniciado bajo el dominio de Venus, el comienzo del declive de la sociedad patriarcal.
La indignación provocada por el hallazgo de una mujer empalada había conmocionado a la sociedad y exigía pronta respuesta de las autoridades para encontrar y castigar a los culpables. Había sido descubierta por senderistas que circulaban por las faldas de la montaña en el occidente de la ciudad, horrorizados por la macabra visión corrieron a informar en la estación de policía más cercana. El escándalo fue inmediato, la presidenta dio órdenes para resolver de manera prioritaria semejante aberración. Y naturalmente los ojos de la comunidad se posaron en Magola, su popularidad era creciente, y su recia personalidad la hacía aún más atrayente.

