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Pájaros Dorados

“Pájaros dorados” es una novela que relata los acontecimientos en la vida apacible de un joven burgués que lo llevan a vivir en un medio totalmente diferente al de su ambiente habitual, y que lo enfrentarán a las fuerzas de la naturaleza y a las violencias derivadas de la pobreza y de las actividades ilegales en una región azotada por la opresión de las mafias narcotraficantes.

La mayor parte del tiempo solicitan herramientas simples, tuercas, tornillos alicates, destornilladores, algunos buscan taladros, machetes, azadones, palas, serruchos. Los más pudientes compran también plantas eléctricas para aliviar las horas de cortes de energía, y bombillas. La batea, herramienta principal de la actividad, la buscan en la plaza de mercado, o la elaboran con sus propias manos. Son personas afables de sonrisa fácil, pese al infortunio de la pobreza se muestran siempre alegres y dispuestos a compartir una charla agradable, me hacen más llevadera la rutina del trabajo. Algunos piden explicaciones sobre el manejo de las herramientas y hasta se atreven a contarme aspectos de su vida personal. Yo los escucho con simpatía y les hago comentarios jocosos sin entrar en intimidades, nunca les hablo de mis asuntos personales. Aunque llevo poco tiempo en la ciudad me han acogido con aprecio, creo que he venido a satisfacer una necesidad comercial creciente en la región. No soy el único, por supuesto, hay otros negocios similares, pero el mío es el más grande y el mejor abastecido, además ofrezco siempre un café caliente a mis clientes lo que pone un atractivo adicional. O tal vez se trata de lo extraño que resulta ver a un hombre blanco detrás de un mostrador en una ciudad de población mayoritariamente negra donde mulatos, mestizos y blancos son una ínfima minoría, al igual que los indígenas que ocasionalmente deambulan por ahí. No todos son bien recibidos, desconfían del blanco, como los llaman, y seguramente tienen razón.

Es una ciudad mediana de aproximadamente ciento cincuenta mil habitantes, de construcciones irregulares con vías a medio terminar, no hay grandes edificios sino construcciones antiguas de no más de cinco pisos, en general deterioradas y sin mantenimiento, con algunas excepciones de edificios restaurados para las oficinas del municipio; el centro de la ciudad se encuentra atiborrado de toda clase de comercios amontonados sin ningún orden, solo hay dos bancos de carácter nacional y un solo cajero automático, la ciudad se mueve con efectivo; mi negocio se encuentra aquí en medio del caos de motocicletas, vendedores ambulantes, carros, carretas de frutas y bicicletas, acompañado por el estruendo permanente de la música del trópico y los ladridos de legiones de perros.


En la periferia de la ciudad saliendo hacia el camino que conduce al mar se aprecian algunas mansiones que chocan con la pobreza reinante en la región, aquí viven los políticos, algunos comerciantes, y los sospechosos de siempre. Esta es una región abandonada a su suerte, olvidada por los dueños del poder central, donde campean el desorden y el atraso, donde impera la corrupción y la ley del más fuerte. No muy lejos de aquí se encuentran las playas más bellas que yo haya visto, tristemente no es fácil llegar a ellas por carretera pues prácticamente no existen vías, están rodeadas de naturaleza casi virgen y múltiples ríos en cuyos márgenes viven en absoluta pobreza comunidades dedicadas a la pesca y a escasos cultivos de pan coger que apenas les proveen el alimento diario, no hay trabajo formal para ninguno lo que los obliga a realizar tareas dudosas manipulados por fuerzas insurgentes o mafiosas.

No es fácil llegar aquí, solo una línea aérea realiza dos viajes por semana desde la capital y viceversa, el viaje por carretera es largo y peligroso, atravesando la cordillera y exponiendo el pellejo a medida que se aproxima a las zonas dominadas por la delincuencia. Guerrilleros, “combatientes”, paras, o simplemente narcos, todos se alimentan del tráfico de cocaína y de la minería ilegal, aliados en el mal o enemigos acérrimos cuando de dominar territorios se trata. Ocupan todo el espectro de actividades delictivas, son depredadores de la naturaleza, sobornan, secuestran y asesinan a quien se interponga en sus intereses ante la mirada temerosa o cómplice de las autoridades. Todos conocen sus actividades, es algo que perciben como natural, las cosas suceden como ver llover, ya no importa, la vida aquí es así.


Los primeros días después de mi llegada han llenado todas mis expectativas, el sol radiante, el calor soportable y la humedad, nunca me ha molestado la lluvia, por el contrario, me siento renovado con cada aguacero, desde mi rincón observo la ciudad oscura y mojada y me imagino que más tarde estaré caminando por las calles de Londres. Por las tardes, después de la lluvia he descubierto la belleza de los atardeceres junto al río, me recuesto en una baranda del malecón y paso allí largos minutos en contemplación, en la ribera opuesta alcanzo a divisar los frondosos árboles que como una cortina parecen ocultar el inicio de la selva, me siento pleno, creo que he llegado a mi oasis personal, el lugar ideal para mi nueva vida. Es una sensación absurda estando rodeado de tanta miseria, estoy enterado del sufrimiento de la población con las inundaciones, deslizamientos y el taponamiento de algunas vías. Siempre que puedo les hago ver a las autoridades que sería muy fácil resolver muchos de estos problemas si se invirtieran los recursos en las obras realmente necesarias. Pero mi pequeño discurso de blanco pudiente siempre cae en oídos sordos.


Le he pedido a Nazario, un guía turístico de mucha experiencia que me lleve a conocer los sitios más importantes de la región, el hombre ha aceptado encantado pues no he discutido su presupuesto que, por lo demás, me ha parecido extremadamente barato. En realidad sé que no necesito un guía personal para realizar el viaje, las empresas de turismo se encargan de todo, pero el viejo me cae bien, pienso que será una forma de sentirme acompañado y en cierta forma protegido, se sabe de los peligros en la región y quiero asegurarme. Es un hombre corpulento un poco más alto que yo de unos sesenta años, la edad no parece afectar su estado físico en ningún momento, tampoco ha mermado su locuacidad, lo que a mí me parece fantástico pues puedo aprender de primera mano los secretos de la naturaleza y del abrumador poder de la selva. Acordamos que estaremos de viaje una semana, apenas lo suficiente para conocer lo necesario para mi mejor comprensión de mi próximo entorno vital en los siguientes años.


Hemos partido esta mañana hacia el mar, nuestro primer destino, “quiero que tenga una buena primera impresión”, me ha asegurado; el viaje en avión dura tan solo cuarenta minutos, lo que por carretera puede durar hasta dos días en un viaje azaroso lleno de dificultades.

Mi viaje a esta región desamparada y magnífica tiene razones diversas que creo tener claras, no estoy seguro sin embargo de cuál es la verdadera motivación para lanzarme a cambiar mi vida de manera tan radical. Tengo dinero, suficiente para vivir tranquilamente sin dificultades, incluso en una ciudad tan cara como la capital del país, no he venido aquí a sacrificarme ni a mortificarme como quien paga una penitencia por los pecados cometidos, me considero un hombre honesto. De manera que he tomado en alquiler una confortable habitación en el mejor hotel de la ciudad donde soy atendido permanentemente como un huésped ilustre. Establecí de inmediato mi negocio en una gran casa que hice remodelar convenientemente para llenar las necesidades de logística y mercadeo solo con el propósito de mantenerme ocupado, no soy amigo del ocio, prefiero una actividad que como esta me gusta y me doy cuenta que es bastante lucrativa.


Establecerme en el lugar ha sido relativamente fácil, no conocía a nadie, no traía ninguna referencia, tomé la decisión de venir y me largué sin dar mayores explicaciones. La gente de aquí me acogió de inmediato con los brazos abiertos, el dinero mueve montañas, bastó con dar una propina aquí y otra allá para que se me otorgara la condición simbólica de lugareño, soy un miembro más de esta comunidad. Conozco a las principales autoridades y soy un invitado frecuente a las reuniones de su exclusivo círculo. No me interesa ser parte de negocios con el estado (no se habla de otra cosa en las reuniones), ni mucho menos participar en sus conciliábulos políticos. Me guardo mi pequeña porción de influencia para otros propósitos si se me ocurre algo más adelante, no tengo prisa.


Después de un corto viaje en avión desde el pequeño aeropuerto de la ciudad nos dirigimos a la cabecera municipal que a mi modo de ver no guarda ninguna sorpresa, es un pueblo turístico como muchos del interior del país, atiborrado de turistas, con bares y restaurantes de comida típica, la música resuena por todos los rincones, nada nuevo para mí. He observado en el camino hacia acá un par de cascadas majestuosas que me gustaría conocer y así se lo manifiesto a Nazario, “no se preocupe jefe que allá iremos más tarde”. Durante el viaje en el avión le he expresado también mi deseo de conocer las zonas menos turísticas donde vive la gente común para conocer su estilo de vida. “La vida por allá es un poco tediosa, jefe, usted debe saber que son comunidades muy pobres y a veces suceden hechos de violencia de los que tal vez ha escuchado hablar”, me ha respondido de forma un poco misteriosa. Me ha prometido sin embargo que me llevará a conocer algunos sitios más adelante, él mismo proviene de una de esas poblaciones y me ha asegurado que seré su invitado, “será un honor llevarlo a conocer mi familia, por ahora conozca lo mejor de la región y divirtámonos”.


Luego de instalarnos en un hospedaje caminamos por un sendero que conduce al mirador de la ciudad, desde aquí podemos admirar la majestuosidad de la Bahía y la selva infinita que la rodea, es una vista sobrecogedora que para mí es una invitación a lanzarme en sus entrañas, siento un deseo reprimido de desaparecer dentro de su inmensidad. Al descender nos dirigimos entonces a una de las cascadas que había observado en el camino, son todos recorridos cortos de no más de media hora a pie sencillos para buenos caminantes como nosotros. Para llegar al lugar atravesamos caminando partes del río por caminitos pedregosos y rodeados de la espesa selva que yo imaginaba un abrebocas de lo que veríamos más tarde. Hay poca gente a esta hora de tal forma que podemos bañarnos en sus aguas cristalinas y bajo su estruendoso chorro, no hay lugar para nada más que extasiarse con el volumen del agua que cae sobre nuestros cuerpos y quedar sumergidos en un espacio donde el ruido se transforma en silencio absoluto. De vuelta al hospedaje almorzamos y tomamos una buena siesta arrullados por el sonido incesante de la música y cubiertos por el calor pegajoso del clima local. En mis sueños regreso a mi casa en la ciudad, veo a Marcela llorar y me lanzo como un pájaro sobre las montañas de algún lugar, me despierto sudoroso a las cinco de la tarde, Nazario me espera fumando afuera de la habitación. Es hora de divertirnos, me dice.


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