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ADOLESCENCIA

  • L.E. SABOGAL
  • hace 4 días
  • 4 Min. de lectura

A propósito de la exitosa miniserie Adolescencia que ha movido la reflexión de los padres de familia y de la sociedad en general, sobre los peligros de las redes sociales y de los desconocidos mundos digitales en la salud mental de niños y jóvenes, quiero abordar nuevamente el tema, no desde la percepción de psicólogos y psicoanalistas, sino de mi propia vivencia como educador con adolescentes durante más de treinta años.


Ante todo, debo resaltar la excelente producción, el guion, y las convincentes actuaciones de todos los protagonistas de la película, especialmente la de Stephen Graham, quien no solo participó en la elaboración del guion, sino que también fue su director. A Graham lo vimos desde que su papel de coprotagonista en Snatch junto a Jason Statham los lanzó al estrellato, y luego en películas de Hollywood que lo han llevado a consolidarse como gran actor y productor.





De vuelta a mi visión de educador aplaudo entonces el valor social de la temática que, como se ha dicho, ha puesto nuevamente en perspectiva la intrusión de las redes sociales en la vida de los jóvenes. No es necesario llenar este artículo de estadísticas y de análisis demográficos o sociológicos de una problemática bien conocida por todos, pero que pocos se atreven a cuestionar, bien sea por desconocimiento de sus consecuencias, bien por las extensas ocupaciones de los padres y madres de familia, o por simple descuido de las obligaciones parentales frente a la educación de los hijos. En cualquier caso, la falta de atención sobre las dificultades que atraviesan los adolescentes en esta etapa del crecimiento frente a los riesgos de las redes sociales, puede llegar a devenir en verdaderas tragedias.


No son desconocidos para la sociedad los múltiples casos de matoneo (bullying), de agresiones físicas y verbales, de situaciones de depresión, de prácticas nocivas de alimentación (anorexia), o de uso de sustancias psicoactivas, promovidas por las redes sociales y la publicidad engañosa a través de algunas plataformas digitales. Sin contar con las que inducen a la violencia, la pornografía y la promiscuidad, y a peligrosas prácticas que conducen a auto flagelaciones y suicidios.


Los colegios y sus directivos, los profesores, y los consejeros educativos, son actores principales en lo que tiene que ver con la formación académica y la práctica de valores fundamentales para la vida social (convivencia, tolerancia, y respeto, principalmente) y deberían ser modelo de comportamiento intelectual y social para sus estudiantes. Pero es a los padres de familia a quienes corresponde principalmente enseñar con sus actitudes y comportamiento social a sus hijos desde la primera infancia. Somos los padres y madres los llamados a impartir nuestras creencias, valores, y comportamientos, apegados a la ley y a la moral; en este sentido, no hay mejor educación que el ejemplo que damos a nuestros hijos.


Muy temprano en nuestra institución educativa nos percatamos de los riesgos que traía la permisividad en el uso indiscriminado de celulares y tabletas en el ámbito escolar: la falta de comunicación directa entre los jóvenes, pegados de una pantalla durante los descansos ( y muchas veces en clases), en lugar de sostener conversaciones amables y divertidas con sus compañeros era evidente; o la falta de interés por las actividades deportivas y culturales, por permanecer sometidos a un supuesto valor moderno de (in)comunicación. Todo esto sumado a las ya mencionadas dificultades de la convivencia dentro y fuera del colegio.


Apoyados por el Consejo Académico y por el Consejo Directivo del colegio tomamos entonces la decisión de prohibir el uso de los celulares dentro del establecimiento, y así se incluyó en nuestro Manual de Convivencia (2013). Los estudiantes debían entregar los celulares a la entrada de clases y solamente, los recobraban al final de la jornada escolar; aunque hubo protestas, los jóvenes comprendieron rápidamente la necesidad de la medida, cuando por fin pudieron descansar de la tiranía del celular, y descubrieron una mejora del rendimiento académico y de la convivencia escolar. No era un milagro, se trató simplemente de imponer el sentido común con unas reglas claras, y sin dudar de la autoridad que se delega en profesores y directivos.


En Adolescencia puede verse claramente el uso indiscriminado del celular por parte de los estudiantes en los descansos y en las clases, y no se trata de una imagen creada para la película, sino de una realidad que puede constatarse en muchas instituciones educativas, inmanejables por la inoperancia de educadores y de los propios padres de familia. 


La nuestra fue una decisión simple, precisa, firme y constructiva que constituyó un ejemplo para otras instituciones educativas que lograron superar esta epidemia que aún hoy se sigue debatiendo sin que muchos encuentren soluciones. En lo que va de 2025 principalmente en Europa y en algunos estados de Estados Unidos ya se ha tomado la decisión de impedir el uso de celulares dentro de los colegios; falta todavía mucho esfuerzo de los padres de familia para que al interior de los hogares se establezcan también reglas claras al respecto.


¿Saben los papás y las mamás cuánto tiempo permanecen sus hijos frente a las pantallas del celular?, ¿cuáles plataformas y contenidos siguen sus hijos?, ¿cuánto tiempo real dedican al estudio en casa, o a otras actividades de tipo cultural, deportiva o educativa?, ¿saben qué hacen sus hijos en su tiempo libre?


El terrible resultado del descuido de unos padres bien intencionados que muestra la película, debería cuestionar seriamente a todos los involucrados en la educación de niños y jóvenes, es decir, a las familias, a la escuela, a la sociedad entera porque, como bien lo ha cuestionado Stephen Graham: ¿Y si todos somos responsables?.


Punto Aparte.

Hablando de películas, vi recientemente Anora, la ganadora del Oscar a mejor actuación y mejor película de este año. Muy sorprendido por la bajísima calidad de una historieta que apenas podría sobresalir en un horario de bajo rating en cualquier canal de televisión: pésimas actuaciones rayando en el ridículo, guion insulso y previsible, con un final idiota que algunos “críticos” consideran fabuloso. Premios inmerecidos que solo muestran la triste decadencia de Hollywood.


En cambio, María Callas, la historia de la famosa cantante de ópera de mediados del siglo veinte en sus últimos años, de impecable producción y dirección, con una ambientación estupenda, y con la insuperable actuación de Angelina Jolie como protagonista, no mereció ninguna nominación. 

 
 
 

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