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De la educación, nuevamente. Y de otros asuntos.

  • L.E. SABOGAL
  • 28 jun 2024
  • 3 Min. de lectura

Lenta pero progresivamente la prohibición del uso de celulares en los colegios se ha ido extendiendo en muchas partes del mundo. En Colombia, desde que los colegios internacionales de Bogotá tomaron recientemente esta decisión con el propósito aparentemente contradictorio de mejorar las condiciones del aprendizaje y, muy importante, de la convivencia escolar en sus establecimientos, la sociedad ha comenzado a preguntarse si existen razones válidas para esta decisión que a muchos ha tomado por sorpresa.


Y es que para muchos padres de hoy el celular ha tomado posesión de una gran parte del tiempo que debían entregar a sus hijos para proveerles afecto, cuidados, y ejemplos de vida, así como el apoyo necesario para complementar la educación que reciben en sus colegios. De manera insensata y francamente desatenta prefieren entregar a sus hijos desde la pequeña infancia el aparato que los mantendrá absortos e inmóviles durante el tiempo que sea necesario para realizar sus propias tareas o dedicarse a otros intereses, menos el de compartir la vida con ellos.



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Algunos tal vez lo hacen por ignorancia: desconocen lo que sus hijos ven, escuchan y siguen en las plataformas, las redes sociales y las apps, convencidos de que de esta forma los niños aprenderán las destrezas necesarias para su futuro desempeño; y puede ser que esto se logre en una proporción mínima, pero en detrimento de la formación del espíritu crítico y de las herramientas y conocimientos científicos y tecnológicos que exige una educación de calidad.


Otros, son conscientes del daño, pero lo ponen en balanza con los réditos que les da el tiempo libre que no dedican a sus hijos, y se justifican creyendo que así podrán satisfacer con mayor facilidad sus necesidades. Otra forma de ignorancia.


No se necesita ser un genio para comprender el desastre del uso indiscriminado de celulares (y tablets) dentro de las instituciones educativas: pésima convivencia escolar, desmotivación por el estudio, distracción permanente, dispersión de la atención, y hasta problemas de la visión por exceso de estímulos visuales, incluso se ha llegado al extremo de suicidios por el acoso o bullying mediante las redes sociales.


El monstruo del algoritmo que nos cautiva convierte a nuestros jóvenes en verdaderos adictos incapaces de encontrar una salida al laberinto de imágenes e información parcializada que para nada contribuye a la salud mental y física, y mucho menos a la capacidad de comprender el mundo en su diversidad.


Ahora bien, las instituciones educativas cuentan con las herramientas necesarias y con el conocimiento y la experiencia para regular el uso de la tecnología dentro de los establecimientos: las asociaciones de padres de familia, los consejos directivos (de los cuales hacen parte también padres y madres), y los manuales de convivencia otorgan suficientes medios para hacerlo siguiendo la normatividad legal vigente.


En mi experiencia como directivo escolar en el consejo académico comprendimos prontamente la magnitud del problema desde la segunda década del milenio (2013) lo que nos llevó a prohibir el uso del celular en la jornada escolar permitiéndolo únicamente para uso con propósito educativo y con la supervisión del profesor encargado. Los resultados fueron visibles de inmediato en el rendimiento escolar, en la calidad de los aprendizajes y muy especialmente, en la convivencia escolar.


No es complicado adoptar las medidas necesarias, basta con crear conciencia del problema mediante campañas con estudiantes y padres de familia. Por lo demás, los colegios cuentan (o deberían contar) con equipos propios para impartir el aprendizaje y la práctica de los recursos aplicados de la tecnología, lo que hace innecesario que los estudiantes se distraigan con sus dispositivos personales.


Procurar conocimientos en tecnología a nuestros jóvenes es un imperativo del sistema educativo actual pues hacerlo les proporciona el conocimiento y las habilidades necesarias para desempeñarse con suficiencia en el mundo que deben enfrentar hoy y en el futuro inmediato, no hacerlo sería condenarlos a vivir en el pasado. Pero los padres de familia, los directivos escolares y las autoridades de educación deben ser conscientes de la importancia de sus decisiones en lo que atañe al bienestar y el desarrollo integral de los niños, niñas y jóvenes de esta generación.



Y algo más.


** No hay que temerle a proveer formación para el emprendimiento y el trabajo en el sistema educativo, la anacrónica idea de que esto solo contribuye a crear mano de obra para el capitalismo es un concepto retrógrado que tristemente continúa siendo parte de una ideología fracasada.


** En nuestro país el aporte de la educación privada a la cobertura y a la calidad de la educación es innegable, los resultados en estos términos son muy superiores a los de la educación pública. Los esfuerzos de estatización de la educación son por lo tanto improcedentes; el Estado debe respetar el derecho consagrado en la constitución y la ley y buscar, más bien, asegurar la mejor calidad posible en todas las instituciones que conforman el sistema educativo.

 
 
 

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