EL TIEMPO PASA VOLANDO
- L.E. SABOGAL
- 24 abr 2024
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 26 may 2024
Así es, jóvenes de hoy, al llegar a los cuarenta años el reloj parece enloquecer y de pronto ya estamos viejos, más aún en tiempos de alta tecnología y de inteligencia artificial en que todo parece avanzar a gran velocidad.
Recordemos la época no tan lejana de cuando no existía el celular ni las comunicaciones instantáneas, eran tiempos de una preciosa lentitud comparada con la vertiginosa velocidad que ha desarrollado el mundo actual; y sin embargo ya en aquellos años el mundo avanzaba con civilizaciones cultas y en pleno desarrollo. Hablo de los años cincuenta hasta los ochenta, década en que irrumpe el celular como el gran catalizador del progreso en todas sus dimensiones.

En comparación con la vorágine de información y el tumulto de ciudades como colmenas de hoy, hasta entrados los años sesenta los colombianos vivíamos en casas que muchas veces tenían un patio pequeño o grande, donde podíamos jugar y aprender a madurar con nuestros hermanos, la calle era también un espacio para salir a jugar sin ningún peligro y un campo de experiencias que también educaba, los niños se divertían en parques y campos deportivos; ningún objeto mágico de comunicación nos tenía atrapados dentro de los hogares. No era así por supuesto la vida de todos los colombianos, las problemáticas de la violencia y el subdesarrollo ya asomaban con fuerza en el panorama, pero en general así se vivía en las ciudades.
Los encuentros y reuniones de trabajo, de negocios, o de las simples relaciones amorosas y de amistad eran pactados previamente y se cumplían sin mayores tropiezos, el omnipresente celular de hoy no nos acosaba a cada segundo para cumplir. Crecimos sin el apremio de las redes sociales ni con la urgencia de sentirnos comunicados permanentemente, no sufrimos la angustia de los likes, ni nos presentamos al mundo como seres perfectos con vidas maravillosas y siempre sonrientes y bonitos.
Maduramos como personas conscientes y reales, conocedores de nuestras capacidades y de nuestros puntos débiles, sufrimos la pobreza o las dificultades y nunca fuimos al psiquiatra, ni nos sentimos traumatizados porque nos castigaron nuestros padres o nuestros maestros, por el contrario, aquello fue un acicate para mejorar nuestro desempeño.
¿Éramos acaso mejores? Para nada, como se dice hoy, pero sí fuimos preparados con el ejemplo para enfrentar la adversidad con fortaleza, lo que no sucede hoy con nuestros jóvenes acostumbrados a la vida fácil y sin herramientas mentales para luchar.
Es así como en los últimos años la deserción escolar, la superficialidad, el aislamiento y la falta de motivación se han vuelto característicos de buena parte de la población joven que no ve claro el horizonte vital, asustados como están por la intensidad de los hechos sin encontrar respuestas a la mano para resolver los problemas que los aquejan.
Hay que reconocer que los problemas actuales de la juventud no tienen un único origen, sin embargo. El fenómeno actual de los jóvenes que no estudian ni trabajan es consecuencia de políticas educativas y de empleo deficientes que no apuntan a crear las condiciones para una educación de calidad y de inserción laboral temprana; se calcula que más de dos millones se encuentran en Colombia estancados en esta situación.
La sociedad está en mora de exigir con contundencia mejoras cualitativas en estos aspectos; el ejemplo de Suiza y de otros países de la OCDE que orientan la educación relacionada con los procesos económicos reales podría tomarse como un modelo de impacto positivo, al igual que las políticas de inserción laboral para los jóvenes.
De otra parte, también como un resultado perverso de la desmotivación, es necesario constatar que a muchos jóvenes de hoy les da pereza estudiar, prefieren “prepararse” como influencers, profesión ridícula que da dinero a unos pocos sin esforzarse; o estudiar cualquier cosita rápido en uno de tantos institutos que otorgan diplomas inocuos que no aseguran un empleo formal bien remunerado.
La epidemia de jóvenes que ni estudian ni trabajan se origina también en el daño que produce una sociedad ajena a los valores y alienada por las redes sociales; culpo de los grandes males de salud mental y física que aquejan a los jóvenes de hoy (y a muchos adultos) al exceso de comunicación que reciben de manera indiscriminada y llena de falsedades, calumnias, agresiones y propuestas de prácticas nocivas. Es triste ver que innovaciones tan importantes de la tecnología sean utilizadas con propósitos tan superficiales e innobles.
Pese a las graves dificultades mencionadas aún es posible optar por una buena educación para conseguir trabajo estable y bien remunerado, sin olvidar la importancia de crear empresa y del trabajo independiente; las maravillas de la tecnología deben ser aprovechadas para innovar y procurarse mayor conocimiento y formación intelectual, un mundo nuevo y extraordinario que vale la pena explotar para el progreso.
Así es, jóvenes de hoy, el tiempo pasa volando y más vale planear con inteligencia el futuro inmediato; el momento actual ofrece grandes y maravillosas oportunidades para la creatividad y la innovación. El reloj marca la hora de la acción y del optimismo.
Tiempo Extra
En el Día del Idioma español insto a mis lectores a leer y escribir cada vez más, y a seguir los modelos de los grandes escritores para enriquecer el uso de la lengua que heredamos y nos identifica como nación ante el mundo.






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