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IZQUIERDA O DERECHA, LA POLARIZACIÓN INÚTIL

  • L.E. SABOGAL
  • 26 may 2024
  • 5 Min. de lectura

En los días que corren la polarización política de las sociedades es un fenómeno frecuente que en nada contribuye al ideal de bienestar y de armonía deseables para el conjunto de la sociedad. Apoyados en ideologías rígidas que solo ven un lado de la realidad, los políticos profesionales estimulan a sus seguidores con consignas y discursos divisorios entre los que ellos definen como los buenos y los malos ciudadanos; son buenos los que comulgan con sus propuestas y sus acciones, son malos los que se oponen o mantienen un discurso y una acción diferentes.


En un sentido práctico, las respectivas ideologías ejercen su influencia en todos los aspectos de la vida social permeando así la mentalidad y las posturas individuales para convertir a sus seguidores en una masa fácil de manipular, la manipulación es de lejos, el meollo de la praxis política actual.



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Es cierto que existen diferencias entre las propuestas de los partidos políticos y de sus representantes, que se manifiestan mediante plataformas de gobierno y programas que exhiben como las únicas y verdaderas soluciones a los problemas que aquejan a una sociedad y que deben ser resueltos. También es cierto que en muchos casos las promesas de campaña son ambiguas y a menudo mentirosas para ocultar una incapacidad práctica o las verdaderas intenciones una vez alcanzado el poder. Y es en este momento cuando el elector desprevenido puede caer en el engaño estimulado por eslóganes atractivos o por la descalificación abierta de los candidatos contrarios.


La polarización se convierte así en un método atractivo para tomar partido; como es conocido por la psicología las personas se sienten identificadas por las oposiciones binarias y buscan identificarse con una de ellas reafirmando de esta manera su sentido de pertenencia a un grupo. Derecha o izquierda es la propuesta más simple a la que la mayoría se acoge y con la que a menudo no solo se identifica sino que se apropia de tal manera que la convierte en una guía inflexible.


 ¿Resultado? el fanatismo rabioso por la ideología adoptada, que defiende sin reflexión sus ideas y sus opiniones sin que admita la confrontación racional o el debate, y que en consecuencia descalifica y ataca a quienes considera sus contrarios. De esta forma la polarización conduce a extremos que pueden llegar a la violencia y al deseo de liquidar a los adversarios; en términos de la política doméstica unos y otros se denominan con furia como fachos, ladrones, paras, racistas, explotadores, y algo más; o de zurdos, chusma, mamertos, comunistas, ratas, vándalos, y algo más. Lenguaje ofensivo, denigrante y difamador que excluye totalmente la posibilidad de acuerdos y que a la postre abre grandes brechas que solo conducen a la violencia.


Pero veamos en teoría política a qué corresponden estos conceptos para tener un punto de vista más preciso sobre su coherencia en la práctica. Derecha e izquierda son términos que aplicados en este campo tienen origen en la revolución francesa, cuando los Asambleístas de 1789 se sentaron a discutir sobre el poder de la monarquía frente al poder de la Asamblea popular en la futura constitución; aristocracia y clero se sentaron a la derecha del presidente, y a la izquierda sus opositores. De un lado los defensores de los derechos tradicionales, del otro quienes buscaban derrocar para siempre la monarquía. Ya sabemos cómo terminó aquello, pobres cabecitas perfumadas. El hecho es que los términos sobrevivieron a la historia y han pasado a constituirse en núcleo principal del debate político actual.


En resumen bastante esquemático suelen asignarse a la derecha la defensa de los valores tradicionales, la práctica del conservadurismo, el orden jerárquico, el militarismo y la estrecha relación con la iglesia. En este mismo sentido la izquierda sería la defensora de la igualdad social, de la solidaridad, del pluralismo, del estado laico y de la justicia social. 


Ahora bien, si se repasa la historia reciente podemos constatar que solo los estados totalitarios han podido mantener la rigidez teórica en la práctica política, con resultados funestos en materia de derechos humanos, de progreso y de bienestar social. Los ejemplos actuales de China y Rusia, (hoy, dictaduras socialistas de mercado!) han demostrado que el pragmatismo en materia económica les ha significado cambios fundamentales desde que abandonaron la inflexibilidad de la economía centralmente planificada.


Y es que, en efecto, el debate debería centrarse en la apuesta económica de los partidos y de sus candidatos, pues factores de peso como el ambientalismo, el trabajo, la igualdad de género, la educación y la salud que dependen directamente de aquella pasan muchas veces desapercibidos para el votante común. Pero son precisamente estos aspectos de la vida cotidiana y de las necesidades inmediatas de los ciudadanos los que deberían ser el centro de las propuestas, pues como se dice popularmente a imitación de la campaña de Clinton de1992 en Estados Unidos “es la economía, estúpido”.


La economía es, entonces, el eje de cualquier acción política, de esta se derivan todos los programas, proyectos y acciones con el último y noble propósito de proveer bienestar y progreso a la sociedad en su conjunto. Ahora bien, la dicotomía se presenta de inmediato al revisar los planteamientos ideológicos de ambas partes. Las diferencias se reducen a otra bipolaridad: más o menos Estado, y como siempre, los extremos del espectro conducen al fracaso de los gobiernos.


De una parte, el planteamiento de la izquierda que busca un Estado omnipresente, proveedor de servicios y bienestar, tiende a asfixiar el sector privado y a convertirse en el único propietario y administrador de los elementos clave de la economía, tarea difícil sin una centralización del poder que termina por eliminar las libertades democráticas y en la bancarrota del Estado.


De otra parte, el estado capitalista o de libre comercio total puede llevar a los oligopolios y a la concentración de la riqueza en pocas manos en detrimento de las clases menos favorecidas; favorece el individualismo dejando al garete valores como la solidaridad y la justicia social, germen de la insatisfacción y de la violencia.


Los extremos de derecha o de izquierda inexorablemente llevan al fracaso de las sociedades, al autoritarismo, al empobrecimiento de los menos favorecidos y, en general, al abuso del estado de derecho.


Lo anterior, porque las nociones de izquierda y derecha evolucionan como todo en la vida, las sociedades cambian, los seres humanos cambian, las instituciones también; la rigidez ideológica en materia política, y aún más en economía, va en contravía del flujo inatajable de la evolución. La bipolaridad por atractiva que parezca es contraria a la naturaleza humana y a la vida social, y como hemos visto conduce a enfrentamientos inútiles y peligrosos.


Los seres humanos, las instituciones que nos representan y nuestras opciones de vida son una mezcla de matices, nada es solo en blanco y negro; ejemplos cotidianos en la administración de la justicia, o en la educación, para citar solo dos aspectos del espectro social, nos muestran la diversidad de puntos de vista y de soluciones en las que de forma ordenada se llega a consensos sobre asuntos tan importantes.


En el plano individual es posible seguir una religión y apoyar el divorcio y el aborto legal; apostar por el libre mercado y por la redistribución de la riqueza; impulsar la meritocracia y la igualdad de oportunidades; creer en la familia como base de la sociedad y apoyar la equidad de género y la diversidad, etcétera. Tomar las decisiones vitales atado a dogmatismos ideológicos parecería un contrasentido en un mundo donde la tolerancia, el pensamiento crítico y la educación deberían prevalecer.


Para concluir esta reflexión, se puede afirmar que no existen las soluciones únicas e indiscutibles para los problemas socioeconómicos, en lugar de estar atados a dogmatismos ideológicos que nos dividen sin sentido tal vez sería mejor como algunos proponen, conciliar posiciones, hacer compatibles los valores de la propuesta bipolar, y trabajar alrededor de problemas y soluciones reales a fin de proporcionar bienestar y progreso y procurar unirnos como una nación civilizada.   

 
 
 

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