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Mi Visita al Museo de la Inocencia

  • L.E. SABOGAL
  • 27 oct 2024
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: 4 nov 2024

¿Por qué algunos sitios, objetos, olores y sabores nos traen de inmediato sensaciones y recuerdos casi siempre amables de acontecimientos pasados? ¿Qué hace que siempre queramos volver a ciertos lugares y experimentar nuevamente emociones a veces borrosas en la memoria?


Cualquiera que sea la respuesta a estos interrogantes, que están estrechamente relacionados con el paso del tiempo como lo describiera Marcel Proust, el placer de reencontrarse con tales situaciones o incluso de reconocer nuevas experiencias sensoriales constituye para mí parte importante de lo que considero mi viaje vital. Visitar museos, explorar ciudades, reconocer olores y sabores y regresar a mi terruño, son ejemplos de algunas de las cosas que alimentan y elevan la creatividad de mi espíritu, experiencias que guardo en mi memoria como tesoros que solo a mí pertenecen.


Esta simple reflexión inicial me permite introducir mi reciente visita al Museo de la Inocencia en Estambul. Seis años atrás en compañía de mi esposa lo había buscado por horas recorriendo las intrincadas callecitas de Cukurcuma el último día de mi parada en la ciudad, y cuando por fin pudimos encontrarlo era ya tarde y estaba a punto de cerrar. Total, que solo pudimos asomarnos a mirar la entrada y regresé completamente frustrado a Bogotá, pero con la íntima promesa de que algún día regresaría a cumplir este sueño.





El museo de la inocencia es el título de la novela del escritor turco Orhan Pamuk, ganador del nobel de literatura en 2006, y publicada por primera vez en 2011. La historia es el relato del amor de Kemal y de Fusun; el matrimonio obligado de Fusun los separa por más de ochos años en los que el protagonista obsesionado por la pérdida de su amor, se dedica a coleccionar toda clase de objetos que evocan su memoria y su ilimitada pasión. Cuando por fin los amantes logran reunirse nuevamente la desgracia de la desaparición de Fusun sume a Kemal en una profunda melancolía que solo alivian su peregrinación por los pequeños museos del mundo y su colección de objetos.


La novela es además un retrato de la sociedad de Estambul en la segunda mitad del siglo XX en la que podemos apreciar lugares, costumbres y comidas en una descripción apasionante que el autor pondría simultáneamente en la creación del Museo. Así, el Museo de la Inocencia es una ficción materializada en un estupendo museo que muestra los objetos coleccionados por Kemal y la vida diaria de los estambulíes de la época; es a la vez una recreación de la novela y un retrato del Estambul de los recuerdos de Pamuk.  


El Museo se encuentra situado en el distrito de Beyoglu en la zona europea de la ciudad considerado hoy la zona cultural y algo bohemia donde se encuentran restaurantes, museos, almacenes y salas de arte, y donde la presencia del laureado escritor le proporciona un elemento más de distinción. Pues bien, mi deseo por fin se cumplió recientemente: armado con el libro y los datos precisos para encontrar la dirección partimos temprano seguros de no fallar en esta ocasión; desde la Plaza de Taksim, caminamos durante 30 minutos guiados por Google maps y llegamos sin tropiezos cuando todavía faltaba una hora para su apertura, tiempo suficiente para tomar un café acompañado con los populares simit.



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Beyoglu

Allí, en la puerta del museo conocimos a Pierre-Henri, francés, periodista, seguidor como yo de la novela y obsesionado con la historia como muchos de los que llegan a visitar el museo: dos muchachas chinas, y dos jóvenes de nacionalidad imprecisa. Pocas personas a esta hora de la mañana. Charla divertida con el francés con quien compartimos historias de vida y aficiones comunes y con quien posamos con nuestros libros como adolescentes exhibiendo sus diplomas escolares que, a propósito, dan entrada libre a quienes lo presenten en la taquilla por primera vez.



Dos hombres posando frente al Museo de la Inocencia.
Con Pierre-Henri Allain, periodista francés.

La visita no podía ser más emotiva: allí estaban los objetos más preciados de Kemal y la historia de su obsesión por Fusun. Desde la entrada se exhibe un cuadro inmenso con las 4213 colillas de cigarrillo que fumó la protagonista durante los años que la visitó Kemal en su casa, y luego repartidos en cinco pisos de la casa la historia completa en una serie de cuadros y de objetos incontables exhibidos en cajas y en vitrinas que dan cuenta precisa de la atmósfera de la ciudad en esa época. Simplemente fantástica. “El museo de la Inocencia está basado en el concepto de que los objetos utilizados con cualquier propósito que evocan los más diversos recuerdos, cuando se colocan reunidos dan origen a los más inesperados pensamientos y emociones”, reza el folleto de presentación. Nada más cierto, es exactamente el tipo de sensaciones que se pueden experimentar recorriéndolo, lo que hicimos a nuestras anchas pues a esta hora éramos muy pocos visitantes.


Con la alegría y la satisfacción de haber cumplido nuestro sueño salimos del museo hora y media más tarde cuando nuevamente comentamos con Pierre-Henri nuestras impresiones de la visita y reímos con las anécdotas del viaje. Extrañamente constatamos que esta vez era también nuestro último día del viaje a Estambul, que luego completaríamos con una visita al maravilloso y cercano Museo de Arte Moderno donde disfrutamos de una exposición de arte japonés y de importantes muestras de arte contemporáneo turco. Almuerzo en el restaurante del museo con la más impresionante vista hacia el Bósforo y buena parte de la ciudad.


En mis dos viajes a esta ciudad he podido constatar la ausencia casi total de perros en la calle y, en cambio, la presencia de miles de gatos que deambulan libremente por toda la ciudad y son consentidos por sus habitantes. Por esto nos divirtió muchísimo la advertencia de Pierre-Henri de que tuviéramos cuidado pues a la entrada del museo (que había visitado el día anterior) lo había mordido un perro y como prueba nos mostró los huecos de la mordida en su chaqueta.  Yo francamente no lo podía creer hasta que constatamos que el famoso perro todavía permanecía acostado en los jardines del museo, “¡el único perro de Estambul y vino a morder al francés!”, fue mi único pensamiento.


Esta es Estambul, una de mis ciudades favoritas, donde el misterio de lo antiguo se conjuga con la belleza de la modernidad, y donde se puede constatar el poder casi mágico de las palabras que expresadas en relatos maravillosos llegan a conmover a los amantes de la literatura en cualquier lugar del mundo.   


Sensaciones, recuerdos, sentimientos, momentos preciosos que llenan nuestras vidas, no hay nada mejor para el espíritu que colmarnos de experiencias agradables que proporcionan sabiduría, sentido y alegría a la existencia.   





 
 
 

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